Caleidoscopio

martes, 17 de febrero de 2009

Dime de qué pie cojeas...


Hablo de las muletillas, o sea, de las palabras y frases que invaden como plaga nuestros discursos. Y vaya que hay muchas: desde el inevitable y omnipresente: “este… este” hasta el no menos abundante “bueno”. De hecho, y siendo honestos, todos usamos “de menos” una que, quiera que no, nos saca del atolladero cada vez que nuestra mente se queda en blanco y nuestra lengua se sigue de largo. Sin embargo, el verdadero meollo del asunto es cuando las muletillas dejan de servir de apoyo y se convierten en la sustancia de la conversación, por lo que uno ya no sabe si el orador ha dominado su uso en el lenguaje o son más bien las muletillas las que lo han dominado a él, dando paso a lo que se conoce como “cantinfleo”. Un muy buen ejemplo lo tenemos en la película Águila o sol (1937), en la escena en la que el instituidor de éste término, Cantinflas (como Polito Sol), explica a Manuel Medel (como Carmelo Águila) por qué le contestó a un juez lo que le contestó:

“Porque el juez, hombre, me preguntó. Muy bien si el juez está ahí y usted como hombre, entonces, ¡vamos!, que ya porque es juez y uno lo que es… ¡y muy bien que es!”.

Así, como Cantinflas, tenemos una serie de personajes que se dan a conocer por la forma en que cojean (o utilizan su muletilla favorita) al hablar. ¿Ejemplos? Aquí van.

Primero, por supuesto, el soberbio que cree firmemente que de su boca sólo brotan complejas parábolas y profundos silogismos (o que quien le escucha tiene serios problemas de comprensión): “Porque… ¿cómo te explico? Lo importante no es sólo que hagas el trabajo, ¿me entiendes?, sino que lo hagas bien. ¿Si me explico? Porque este proyecto es muy importante ¿estás de acuerdo?”.

También está el que es un “tentalón”: “Entonces que coge y que me grita, y yo que agarro y que me quedo callado, porque realmente no quería discutir”.

O el que dice y no dice: “Que me dice: “¡No!”, y que le digo: “¡Pues sí!”, y que me dice: “¡Pues como quieras!” (porque, digo, uno tiene su propia personalidad, ¿no?).

Y por supuesto no podemos dejar atrás al que “güeyea” a todo el mundo: “No, güey, y que el rata me apaña y me pone la pistola en la jeta güey, y que me dice: “¡Que aflojes la lana, güey!”, y que le digo: “No güey, aguanta, güey, que no traigo varo güey”, y que me grita: “¡No me digas güey que te mato, güey!”, güey; y que le digo, güey: “No güey, no me mates, güey. Ya no te digo güey güey, pero no me mates güey” y que se enoja más güey, pero es que no podía de dejar de decirle güey, güey”.

Pero lo peor es que ahí no para la cosa, porque, o sea, las muletillas aparecen por doquier: en la exposición del locutor: “Estamos en lo que es, por así decir, la entrada al Congreso de la Unión”; en la de la “niña bien”: “¡¿Nooo?! ¿Me juras que te dijo eso y shalalá, shalalá?, o sea tipo que ¡¿qué le pasa?!”; en la de aquella que sustituye su escaso léxico con expresiones armadas: “Y yo así de… (expresión facial indescifrable). O sea, ¿cómo?... Ni cómo ayudarle, es un x en la vida, está en el hoyo…”; y hasta en la de la madre, quien, por cierto, a veces pareciera que articula muletillas sólo para su propio balconeo y diversión de sus hijos, pues mientras en su versión ochentera ella pregunta: “¿Vas a salir a la discoteca?”, su hijo declara “Voy a irme de antro” en su versión más moderna, porque las muletillas también son de época y se ponen de moda, ¿qué no?

Pero seamos honestos, hablar con el apoyo de muletillas, aunque esté de moda, no es lo mejor, porque su abuso le quita el significado, el verdadero significado a lo que se quiere decir. Por ello propongo que tratemos de olvidarnos de ellas e intentar hablar lo más limpiamente posible, no vaya a ser que en una de esas nos encontremos con el que, para descubrir nuestros demonios nos diga: “Dime de qué pie cojeas…y te diré qué muletilla usas”.

1 comentarios:

Blogger Kary ha dicho...

Hola Carlos!

Me pareció muy interesante y divertido, en especial el "güey" y el de la "niña bien" jaja gracias!

14 de enero de 2010, 13:43  

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