Caleidoscopio

lunes, 4 de mayo de 2009

Sobre la Influenza...

Mucho se ha hablado ya acerca de esta nueva epidemia que ha afectado de manera considerable la economía del país, y muy poco la salud de los mexicanos (si es que en realidad se ha dado algún caso verídico), en lo personal me considero una persona escéptica al respecto, dado que los argumentos que se han dado desafían la lógica y la razón.

Mientras que México y el mundo se hunden en una cada vez mayor psicosis colectiva, algunas empresas encontraron la manera de hacer su agosto, empezando por las que fabrican los cubrebocas quienes no creo que en su historia hayan generado tantas ventas como lo están haciendo actualmente, seguido por la empresa “Clorox” que “desinfecta el 99% de las bacterias”, y XL3 que asegura tener todos los productos necesarios para acabar con cualquier tipo de gripa (cabe mencionar que si en los noticieros hablan de que no debes automedicarte, es un tanto absurdo que se permita la transmisión de ese tipo de publicidad).

Por otra parte, el cambio de nombre de la supuesta enfermedad de “influenza porcina” a “influenza humana”, creo que al hacer el primer designio para nombrar a tan popular enfermedad, no consideraron que México exporta más de un millón de toneladas de carne de cerdo al año ni que otros países (mientras son peras o son manzanas) iban a sacrificar a todo su ganado porcino, menguando aún más la economía internacional.

Hace algunos días, manejando de regreso a casa, estaba escuchando en la radio que “debemos de evitar todas las teorías de conspiración que más no hacen más que confundir en lugar de ayudar a preservar la salud del pueblo”, por supuesto que esa estación es claramente financiada por el partido del actual gobierno federal.

México y el mundo están asumiendo ya una actitud de desastre, y el verdadero desastre a mi parecer, se verá reflejado en la economía nacional e internacional, en las leyes que se aprueban y que no informan al respecto (ya por todos es conocido que ya es legal la portación de marihuana, cocaína, anfetaminas etc. y la nueva ley de la PFP).

Hay muchas reflexiones que hacer al respecto de este nuevo caos…en fin, les dejo el link de un cortometraje de Alfonso Cuarón y Naomi Klein llamado “The Shock Doctrine” espero sus comentarios, un saludo desde México.

http://www.youtube.com/watch?v=_nNJM0kKrDQ

miércoles, 1 de abril de 2009

90´s


La mayoría de las personas definen la década en la que vivieron su adolescencia como la mejor década de todas, musicalmente hablando.

En mi caso, la década de los 90's marcó una etapa llena de buenos momentos, otros no tan buenos y algunos, espectaculares.

La música de los 90's me remite a ellos, por eso, y dado mi gusto por la música brasileña, les dejo este disco que recopila algunas de las mejores canciones noventeras pero con arreglos de bossa nova, swing y samba, espero que como a mi, les agrade.

(Pour toi qui aussi tu aimes ce type de musique, tu me manques...)


http://rs205.rapidshare.com/files/50071908/jazz.rar

domingo, 1 de marzo de 2009

Los Prejuicios.

Los prejuicios son una herramienta que nos facilita el análisis de la información en breve tiempo. Son filtros que nos permiten llegar a una conclusión rápidamente. También son respuestas aprendidas que aplicamos en situaciones nuevas, aunque a veces esto nos haga actuar sin lógica, desechando cualquier posibilidad, por buena que sea, lo que se debe a nuestra necesidad de explicarlo todo y, dado que no contamos con el conjunto de elementos de una situación, hacemos suposiciones sin importar si son ciertas o no, porque ello nos da seguridad.

Prejuicio proviene del latín “praejudicium” (juicio, sentencia o decisión previa) y es el proceso de tener una opinión previa, por lo general desfavorable, sobre algo que se conoce mal o no se conoce. Veamos el siguiente ejemplo.

Metemos cinco monos en una jaula, en la que colgamos un plátano y colocamos una escalera. No pasará mucho tiempo para que uno de los monos intente subir la escalera en busca del plátano, pero, en cuanto comience a escalar, mojamos a los demás con agua fría. Poco después, un segundo mono intentará la maniobra y, una vez más, los otros serán mojados con agua fría. Muy pronto, cuando un mono intente subir, los demás tratarán de detenerlo, pues suponen que serán mojados.

Ahora sustituimos un mono de los cinco originales. En cuanto éste vea el plátano, tratará de subir, pero, para su sorpresa y horror, los otros cuatro lo atacarán para impedirlo. Después de un segundo intento y embestida, sabrá que lo agrederán si intenta ir por la fruta. Entonces reemplazamos a otro de los monos, el segundo reemplazo también intentará ir por el plátano. Inmediatamente, los otros lo atacarán y en ese acto participará el mono golpeado de la primera ronda, aun sin saber por qué. Así seguimos cambiando a los monos originales por nuevos y, cada vez que el mono nuevo asciende la escalera, será atacado por los otros, sin que la mayoría sepa por qué lo agreden o por qué no se les permite subir la escalera. Aunque llegue el momento en que sustituyamos a todos los monos y no hayamos mojado a ninguno con agua fría, su comportamiento será el mismo, pues, aunque no entienden por qué, saben que así es como siempre se ha hecho y han convertido esta conducta en una norma establecida.

Finalmente, ningún mono volverá a acercarse a la escalera para tratar de alcanzar el plátano. ¿Por qué? Porque lo poco que saben es que las cosas siempre han sido de esa manera. Así sucede con nuestros “valores” culturales. Así comienzan los prejuicios y conceptos ajenos al orden de las cosas, desligados de la inteligencia, el análisis y la realidad.

Aunque los prejuicios nos ayudan a procesar la información del día a día, quizá valdría la pena cuestionar algunos de nuestros dogmas y comportamientos sociales, tales como el sexismo, la homofobia, el racismo, el valor del dinero sobre todas las cosas, la religión, etcétera.

martes, 24 de febrero de 2009

Diferencia y diferencía.

Existe una gran diferencia entre los términos diferencia y diferencía. Lo que los distingue es que diferencia puede ser la conjugación del verbo diferenciar en presente de la tercera persona del singular -el o ella-:

Ernesto no diferencia bien entre combinar y armonizar los colores.

O el nombre femenino que denomina la "cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa, la variedad entre cosas de una misma especie o la controversia, la disensión u oposición de dos o más personas entre sí"

-DRAE-:

La diferencia entre las bromas de Pedro y Juan es que las de Pedro sí caen bien.

En tanto que el término
diferencía simplemente no existe.

Ahora bien, ¿por qué se dice
diferencía o diferencío? La verdad es que, a ciencia cierta no se sabe. Supongo que porque tal vez eufónicamente parece mejor, porque es una manera de romper el diptongo, o porque se cree que el acento nos sirve para diferenciar el verbo conjugado del sustantivo; pero una razón exacta no la tengo. Sea como sea, la única manera de conjugar este verbo es sin tilde, como en el siguiente ejemplo:

Todavía no diferencio muy bien entre lo que para ti es que yo haga un juicio de valor o sólo te dé una opinión.

Y lo mismo podemos decir de los verbos financiar y negociar, porque no les puedo contar que:

Mi padre financía mis proyectos.

Sino que:

Quien realmente financia mis proyectos soy yo.

Ni tampoco que:

Javier negocía bien la venta de espacios publicitarios.

Porque:

Es Rebeca la que realmente los negocia muy bien.

La clave, es conjugar estos verbos como lo haríamos con el verbo anunciar:

El presidente anuncia que a partir del 1 de agosto se subsidia el costo de la leche.

Les anuncio que hoy es el último día para pagar.

Sencillo y sin acento.

Así que, cuando se atoren a la mitad de una conversación pensando si lo correcto es decir diferencia o diferencía, recuerden que lo exacto es pensar en el el verbo anunciar.

martes, 17 de febrero de 2009

Dime de qué pie cojeas...


Hablo de las muletillas, o sea, de las palabras y frases que invaden como plaga nuestros discursos. Y vaya que hay muchas: desde el inevitable y omnipresente: “este… este” hasta el no menos abundante “bueno”. De hecho, y siendo honestos, todos usamos “de menos” una que, quiera que no, nos saca del atolladero cada vez que nuestra mente se queda en blanco y nuestra lengua se sigue de largo. Sin embargo, el verdadero meollo del asunto es cuando las muletillas dejan de servir de apoyo y se convierten en la sustancia de la conversación, por lo que uno ya no sabe si el orador ha dominado su uso en el lenguaje o son más bien las muletillas las que lo han dominado a él, dando paso a lo que se conoce como “cantinfleo”. Un muy buen ejemplo lo tenemos en la película Águila o sol (1937), en la escena en la que el instituidor de éste término, Cantinflas (como Polito Sol), explica a Manuel Medel (como Carmelo Águila) por qué le contestó a un juez lo que le contestó:

“Porque el juez, hombre, me preguntó. Muy bien si el juez está ahí y usted como hombre, entonces, ¡vamos!, que ya porque es juez y uno lo que es… ¡y muy bien que es!”.

Así, como Cantinflas, tenemos una serie de personajes que se dan a conocer por la forma en que cojean (o utilizan su muletilla favorita) al hablar. ¿Ejemplos? Aquí van.

Primero, por supuesto, el soberbio que cree firmemente que de su boca sólo brotan complejas parábolas y profundos silogismos (o que quien le escucha tiene serios problemas de comprensión): “Porque… ¿cómo te explico? Lo importante no es sólo que hagas el trabajo, ¿me entiendes?, sino que lo hagas bien. ¿Si me explico? Porque este proyecto es muy importante ¿estás de acuerdo?”.

También está el que es un “tentalón”: “Entonces que coge y que me grita, y yo que agarro y que me quedo callado, porque realmente no quería discutir”.

O el que dice y no dice: “Que me dice: “¡No!”, y que le digo: “¡Pues sí!”, y que me dice: “¡Pues como quieras!” (porque, digo, uno tiene su propia personalidad, ¿no?).

Y por supuesto no podemos dejar atrás al que “güeyea” a todo el mundo: “No, güey, y que el rata me apaña y me pone la pistola en la jeta güey, y que me dice: “¡Que aflojes la lana, güey!”, y que le digo: “No güey, aguanta, güey, que no traigo varo güey”, y que me grita: “¡No me digas güey que te mato, güey!”, güey; y que le digo, güey: “No güey, no me mates, güey. Ya no te digo güey güey, pero no me mates güey” y que se enoja más güey, pero es que no podía de dejar de decirle güey, güey”.

Pero lo peor es que ahí no para la cosa, porque, o sea, las muletillas aparecen por doquier: en la exposición del locutor: “Estamos en lo que es, por así decir, la entrada al Congreso de la Unión”; en la de la “niña bien”: “¡¿Nooo?! ¿Me juras que te dijo eso y shalalá, shalalá?, o sea tipo que ¡¿qué le pasa?!”; en la de aquella que sustituye su escaso léxico con expresiones armadas: “Y yo así de… (expresión facial indescifrable). O sea, ¿cómo?... Ni cómo ayudarle, es un x en la vida, está en el hoyo…”; y hasta en la de la madre, quien, por cierto, a veces pareciera que articula muletillas sólo para su propio balconeo y diversión de sus hijos, pues mientras en su versión ochentera ella pregunta: “¿Vas a salir a la discoteca?”, su hijo declara “Voy a irme de antro” en su versión más moderna, porque las muletillas también son de época y se ponen de moda, ¿qué no?

Pero seamos honestos, hablar con el apoyo de muletillas, aunque esté de moda, no es lo mejor, porque su abuso le quita el significado, el verdadero significado a lo que se quiere decir. Por ello propongo que tratemos de olvidarnos de ellas e intentar hablar lo más limpiamente posible, no vaya a ser que en una de esas nos encontremos con el que, para descubrir nuestros demonios nos diga: “Dime de qué pie cojeas…y te diré qué muletilla usas”.